Desde las diferentes ciencias sociales, existe un amplio consenso en
considerar que los modelos explicativos de la conducta antisocial deben tener
un carácter ecológico y/o sistémico (Dishion, French y Patterson,1995; Rutter,
Giller y Hagel, 2000) y multifactorial (Alba y López-Latorre, 2006; Andrews y
Bonta, 2006) en el sentido de considerar que dicha conducta está determinada
por una compleja combinación de factores que interactúan entre sí y que afectan
de forma específica a los distintos individuos. Así, en el ámbito
criminológico, la conducta antisocial
sólo se explica y analiza desde su determinación por un amplio número de
factores derivados de la concepción biopsicosocial y transcendental del ser
humano, a partir de variables biológicas, psicológicas, sociales; pero también
es cierto que entre todos los factores implicados en el desarrollo de este tipo
de conductas, los factores familiares adquieren una relevancia especial.
(Cashion, 1982; Ensminger, Kellam y Rubin,1983).
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