Entrevistamos a la Dra.
Susana P. García Roversi reconocida investigadora y abogada argentina, a quien
le preguntamos su punto de vista con relación a la clasificación de los
asesinos múltiples del F.B.I. y su opinión sobre algunos casos particulares que
se abren al debate debido a la macabra obra de seres humanos sobre sus
semejantes.
-
De acuerdo a lo que hemos leído en el volumen I de “Sin Piedad”, los asesinos
múltiples (según el manual del FBI) se clasifican en asesinos de masas (mass
murderers), asesinos itinerantes (spree killers) y asesinos en serie (serial
killers). ¿Qué factores toma en cuenta la clasificación
del FBI? (por ejemplo, el índice de maldad, peligrosidad, modus operandi,
firma…)
- La
clasificación que utiliza el FBI y que vuelca en su Manual posee algunos
conceptos difusos, aunque es tal cual lo afirma en su pregunta; no obstante, ninguno
de los factores que menciona es tenido en cuenta. La tipificación contempla dos
elementos fundamentales: el tiempo y la locación. El asesino de masas actúa en
un muy corto período de tiempo –salvo que intente evadir el accionar policial y
en virtud de ello continúe asesinando, pero no es superior a horas– y su
ubicación en un mismo lugar (locación), sin período de “calma” o cooling off; sólo detiene su accionar
por suicidio, por ser abatido o capturado por las fuerzas del orden. Por su
parte, en el caso de los asesinos itinerantes o “erráticos”, su denominación en
inglés (spree killers),
traducida literalmente refiere a “asesinos ráfaga” o “relámpago”, también
induce a confusión, porque lo que se tiene en cuenta para su calificación,
según el “Manual del FBI”, es
el traslado, de un lugar a
otro, ya sea en cortas, medianas o largas distancias y esto puede se llevar a
cabo en cortos, medianos o largos períodos de tiempo como serían los casos de Charles Starkweather, Andrew Cunanan o Carlos Robledo Puch. Por mi parte,
considero que el término utilizado (spree)
no es el más adecuado, puesto que los asesinos de masas también realizan
tiroteos o ataques en cuestión de minutos –es más, estoy en condiciones de afirmar
que son los más rápidos–, por lo tanto también se puede hablar de “ráfaga
criminal”. Por citar solo algunos ejemplos: Clarence Bertucci asesinó a 6 personas e hirió a 20 en un lapso de
15 segundos; a George Jo Hennard sólo
le llevó 16 minutos matar a 23 personas, o Coy Weesbrock quien, en 40 segundos, asesinó a cinco. Pero ambas
categorías señaladas comparten un factor común y es que la víctimas pertenecen
a su entorno conocido; de no serlo estaríamos ante un asesino múltiple con
algún trastorno mental crónico o agudo.
En cuanto a
los asesinos seriales son aquellos que
cometen tres o más homicidios, en lapsos que van de días a semanas, meses e,
incluso, años, separados por un período emocional de enfriamiento o calma (cooling
off). La cadena de asesinatos es producto de una urgencia irrefrenable, además
de poseer un neto carácter sexual en un altísimo porcentaje (cerca de un 90 %)
y, en su gran mayoría, tienen un patrón repetitivo y/o un MO y/o un ritual
determinados –que pueden incluir o no su firma–, los cuales “perfeccionan”, ya
sea en función del lugar (cambio de residencia con cierta asiduidad o no); el
tipo de víctima o acciones que realiza; la impunidad que va adquiriendo al no
ser capturado; el alto coeficiente intelectual –no en todos los casos– así
como, también, el elevado nivel de estrés que lo lleva a cometer dichos actos
criminales, por lo general, íntimamente relacionados con las fantasías que
intentan cumplir. Este período de enfriamiento, el cual es su factor distintivo
con las dos categorías anteriores, tiene su razón de ser en que estos
criminales no son, precisamente, de los “que asumen riesgos”. Quieren estar lo
más seguros posibles de que su accionar será “exitoso”. Asimismo toman
recuerdos o trofeos de sus víctimas luego de su asesinato o vuelven al lugar en
donde abandonaron los cuerpos, con el fin de “revivir el momento”, lo que puede
extender el período de cooling off. Otro factor que los diferencia es que las
víctimas no pertenecen a su entorno –salvo el caso de las mujeres asesinas
seriales– sino que le son completamente desconocidas, lo cual acarrea serios
inconvenientes en la investigación de los asesinatos, hasta que se encuentra,
como dije, un modus operandi reiterado –aunque en algunos casos “evolucionan” y
se tornan más osados pues se confían en su “omnipotencia”–; una “firma” y/o
ritual determinados; un perfil geográfico, a veces determinado y otras no.
En resumen, las dos primeras categorías se asemejan
bastante, salvo por el tema del lugar y el tiempo en el que se llevan a cabo y
los asesinos seriales son completamente diferentes. El único factor común entre
las tres categorías es la cantidad de víctimas: tres o más, entre
muertos, discapacitados en forma permanente y heridos. Aunque convengamos que
esto sería de nula aplicación en nuestro país, pues el asesina de una persona o
de diez no tiene diferencia en cuanto a la pena aplicar puesto que nuestro
Código Penal establece que las penas son concurrentes y la pena mayor absorbe
al resto. Por lo tanto un homicidio agravado que dé como resultado la
imposición de una pena de reclusión perpetua (que no es tal pues el límite de
prisión efectiva son 25 años) es la misma que se le impondría a un asesino de
cuatro personas (como el caso Barreda). Seguramente los lectores argentinos estarán
pensando en Carlos Robledo Puch, a quien se le ha negado la libertad, aun
habiendo cumplido más de 40 años en prisión. La fundamentación de los jueces es
que no tiene contención afectiva ni familiar (sus padres fallecieron y fue su
único hijo), no ha adquirido conocimiento de oficio alguno ni ha realizado
ningún estudio en prisión, ni tampoco se ha prestado a tratamiento psicológico
o psiquiátrico alguno, pues estos son de carácter voluntario. De lo contrario,
estaría en libertad por tener los plazos de condena máximos cumplidos.
En el
volumen 1 de la Colección ,
yo he ampliado un poco más la clasificación de las dos primeras tipologías,
citando cuatro subcategorías bien definidas, a saber: 1) “asesinos de familia”
(family slaughters), que son
los únicos que reconoce el FBI como tales y como una variedad de los asesinos
de masas; 2) “asesinos en lugares de trabajo” (workplace killers); 3) “asesinos en establecimientos de
enseñanza” (school shooters), y
4) “asesinos líderes de sectas o cultos destructivos” (cult leaders killers).
Estas cuatro
subcategorías comparten el perfil criminal de algunas de las dos primeras
tipologías de asesinos múltiples, pero se distinguen en la elección de sus
“objetivos”. Asimismo, las tres primeras se encuentran ampliamente reconocidas por
profesionales pertenecientes a varias ramas de las ciencias del comportamiento
(psicólogos clínicos y/o sociales, psiquiatras, sociólogos, etc.), los
analistas de riesgos (en el trabajo; a nivel escolar, etc.) y por los
criminólogos. No obstante, he agregado, a los llamados “asesinos líderes de
sectas o cultos destructivos”, los
cuales han instigado y/o protagonizado asesinatos múltiples espeluznantes; a
veces participando activamente –como Adolfo de Jesús Constanzo, en México o
Jeffrey Lundgren en EE.UU.–, y a veces, no –Charles Manson, en EE.UU., o Shoko
Asahara en Japón–.
Los medios
de comunicación han tenido –y tienen– un papel importante en esta problemática,
tanto sean escritos como audiovisuales, en el momento de transmitir la información
acerca de estos hechos criminales acaecidos. No es lo mismo un “asesino en
serie” que uno “de masas” o uno “itinerante” y, si no se tiene una idea clara
sobre este tema, es factible provocar una confusión en la opinión pública. Por
ejemplo, muchos consideran a Charles
Manson, Adolfo de Jesús Constanzo y a Andrew Cunanan como
asesinos “en serie” y así figura en gran cantidad de bibliografía y artículos
varios. No lo estimo correcto, pues no cumplen con ninguno de los requisitos
para ser considerados como tales. Esto se ha dado en nuestro país con Carlos Robledo Puch, al que se lo cita,
infinidad de veces como “asesino en serie”, lo cual es un grave error pues sus
homicidios eran posteriores a los robos (objetivo principal) y no tenía la
urgencia irrefrenable de asesinar, sino que lo hacía en forma “complementaria”.
-
Ya vimos en uno de los números anteriores de esta revista, que la Criminología desde siempre
ha intentado clasificar a los delincuentes en general, de hecho hay tantas
clasificaciones como autores han escrito sobre ello, y nos preguntamos ¿Por qué
clasificarlos? ¿Qué utilidad tiene hacer una clasificación de los homicidas?
- Creo que la utilidad radica, precisamente, en las
razones por las cuales el FBI elaboró su Manual de Clasificación Criminal:
poder agrupar los distintos delitos en determinadas categorías; darles
uniformidad en su denominación en el asentamiento en las bases de datos (con el
fin de evitar que cada estado y, a su vez, cada condado o ciudad lo catalogue a
su modo); tener una serie de características frecuentes en cada categoría, con
el fin último de llevar a cabo investigaciones profundas y alineadas, que
permitan dilucidar con mayor rapidez y efectividad los diferentes tipos de
homicidios. Creo que las clasificaciones teóricas no sirven de mucho, salvo a
los fines didácticos. Las que realmente sirven son las que tienen como objetivo
la eficiencia en las investigaciones. No es lo mismo un crimen pasional que uno
planificado meticulosamente y enmascarado de manera tal que entorpezca la
investigación; no son iguales los asesinatos cometidos por pandillas que los
cometidos por asesinos seriales que actúan en pareja o en grupos; de la misma
manera tampoco lo es un asesinato por odio (racial, religioso, político) que
uno por causa de narcotráfico. Son distintos los escenarios y las distintas
líneas de investigación y cuanto más rápido se logre encuadrar uno o varios
asesinatos en determinada categoría, más eficiente, rápida y precisa va a ser
la investigación con el fin de dilucidar su autoría, y muchas veces, llegar al
esclarecimiento de otros crímenes que se siguen cometiendo o fueron cometidos
anteriormente por el o los mismos autores.
-
Si no existiera la clasificación del Centro Nacional para el Análisis del
Crimen Violento (Crime Classification
Manual), ¿cómo clasificaría Susana García Roversi a los asesinos u
homicidas?
- Creo que sería muy parecida, pues la considero uno
de los grandes avances de la
Criminología aplicada a la práctica. Lo que sí tendría en
cuenta sería una actualización más continua, puesto que la última edición fue
realizada en 2006 y definitivamente no tendría el formato que posee
actualmente. El Manual fue realizado por diferentes autores –algunos artículos
fueron hechos con colaboraciones de otros–, bajo la supervisión de John E.
Douglas; Ann W. Burguess y Allen G. Burguess y Robert K. Ressler. Pero, desde
esa fecha, no se ha vuelto revisar, por lo tanto algunos “nuevos” tipos de
homicidios, ya instalados con una metodología determinada, han quedado fuera de
dicho manual. No se contemplan los asesinatos en lugares de trabajo o en
establecimientos educativos como subcategorías de asesinatos de masas o
itinerantes, a pesar de que llevan cierta antigüedad en su ocurrencia; tampoco
se contempla el delito de secuestro, homicidio y rapto, denominado “secuestro
fetal”, que fue estudiado profundamente por Ann Burguess y Vernon J. Gebert, a pesar de que la propia autora
citada en primer término considera que debería ser incluido como una nueva
categoría de “homicidio por causas personales”. Definitivamente creo que yo
hubiera bregado de la misma manera por la creación del Centro Nacional y su
consiguiente base de datos, pero trataría de que su actualización criminológica
fuera más periódica.
-
También el Manual del FBI en su prólogo indica que dicha clasificación tiene
por fin no solo el ordenamiento en la terminología, sino además contribuir a la
investigación de los delitos. Respecto de esto, en los Estados Unidos existe el
VICAP (The Violent Criminal Apprehension Program, “Programa de Aprehensión del
Crimen Violento”). Sobre esto, hace unos años cuando se comenzó a implementar,
muchos policías norteamericanos, con los que teníamos contacto, se mostraban
escépticos a sus resultados y
argumentaban sus dudas sobre un programa informático que pudiera ayudarles a
esclarecer delitos. Hoy, ya con algunos años en funcionamiento ¿Qué podemos
decir de su aplicación en aquel país?
- La aplicación de este programa ha sido muy efectiva
y cada vez más eficiente, a medida que el Programa se actualiza continuamente y
se agregan nuevos parámetros en las investigaciones. Es muy notorio como fue
disminuyendo la cantidad de víctimas, por ejemplo, de los asesinos en serie
pues son descubiertos y capturados con mucha más rapidez. Asimismo, el Centro
Nacional, a través del Programa (VICAP) posee la mayor base de datos de ADN del
mundo con un aproximado de 8.500.000 muestras para cotejo (récord Guiness). Y, por
supuesto, la informática ha contribuido enormemente en la rapidez de la
transmisión de datos. Hay que tener en cuenta que en los EE.UU. los ciudadanos
no poseen un documento nacional de identidad, sino que utilizan como tal sus
licencias de conducir. Esto resultó ser un problema grave respecto de la
recopilación de huellas dactilares, con el fin de tener una base de datos para
su cotejo, pues solo se poseían las de las personas que, en algún momento,
habían entrado en conflicto con la ley. Este escollo fue solucionándose con el
tiempo con diferentes leyes federales (“acts”) que obligan a los ciudadanos que
prestan servicios en el gobierno, las fuerzas armadas, los centros de salud,
las entidades bancarias y, actualmente, hasta para otorgar las visas de ingreso
al país de todo tipo, a entregar sus huellas dactilares, las cuales, junto con
la de los condenados (reclusos o liberados), sospechosos, detenidos, o quienes
son interrogados como testigos directos de un crimen (con el fin de desligarlos
de la investigación), día a día continúa ampliando la base de datos
dactiloscópica también.
-Cambiando
de tema, tuvimos oportunidad en Facebook de compartir el video de “El hombre de
hielo” donde el Dr. Park Dietz entrevista a Richard Kuklinski. Qué nos puede
decir, desde el punto de vista criminológico, acerca de su percepción de este
personaje siniestro.
-Richard Kuklinski fue realmente un psicópata asesino
desde temprana edad. Cometió su primer asesinato a los 13 años, en venganza
contra un compañero que lo hostigaba continuamente. Según él mismo lo
manifestara, sintió que era mucho mejor “dar que recibir”; luego comenzó a
involucrarse con pandillas, convirtiéndose en la “mano ejecutora”, por el
motivo que fuera. Al crecer, se relacionó con diversas ramas de la mafia, y se
convirtió en un “asesino a sueldo”. Pero eso no significó que sólo cumplía “con
sus encargos”, sino que también asesinaba al azar, por el “simple hecho de
hacerlo”. Hay que tener en cuenta que él fue condenado sólo por los homicidios cometidos
como sicario y sus confesiones sobre la cantidad de personas que mató sin
ningún motivo fueron con posterioridad a sus cinco cadenas perpetuas, sin
derecho a libertad condicional hasta cumplir 70 años de condena efectiva. Tenía
39 años al ser condenado y podría solicitar el beneficio a los 109 años; murió
a los 70 años en 2006. Lo que más me impactó de este asesino fue precisamente
su frialdad absoluta, además de sus “códigos” tan especiales: nunca hubiera
asesinado a un niño o a una mujer, por ejemplo; cuando el Dr. Dietz le preguntó
si sentía placer al matar a alguien contestó que no: “placer me produce el
sexo; matar a alguien no me produce absolutamente nada”. Uno de sus
“pasatiempos” era salir munido de arco y flechas, para probar “su efectividad
directamente en hombres al azar”, pues le era “más entretenido que un círculo
de madera”. Sinceramente creo que de este tipo de asesino psicópata no puede
esperarse rehabilitación alguna, al menos hasta que las neurociencias nos den
algunas respuestas, pues no tengo ninguna duda de que hubiera seguido
asesinando. No es el típico asesino en serie; no poseía ni la necesidad
irrefrenable de ejercer su poder sobre sus víctimas, ni tenía un modus operandi
determinado (podía utilizar armas de fuego, venenos, armas blancas), como así
tampoco una firma o un ritual determinados. Solo era una forma de “entretenimiento”
para él, lo cual lo torna más espeluznante. Y reitero que todos los homicidios
que realizó por su cuenta, fueron confesados luego de ser condenado, gracias a
la labor de un agente federal encubierto, por los asesinatos por encargo. El
resto, hasta ese momento, eran casos sin resolver y así siguieron por lo que no
se sabe exactamente cuál fue el total de sus víctimas. No estoy muy de acuerdo
con este tipo de política que llevan a cabo los fiscales; solo buscan los casos
que pueden probar en forma indubitable y conseguir una fuerte condena. Si el
homicidio es el único delito imprescriptible en los EE.UU., al menos por
respeto a las familias de las víctimas, se les debe una respuesta, que aunque
no sean suficientes las pruebas para presentarlas a juicio, deben ser conocidas
por los familiares. El propio Kuklinsky tampoco dio datos certeros pues no
tenía idea de a cuántas personas había asesinado; solo de algunas. Pero
teniendo en cuenta su carácter estacionario en determinadas ciudades y en un
lapso preciso se puede deducir si podría haber sido él o no el asesino de
algunas de las más de cien víctimas que se atribuyó, en forma aproximada. Su
frase “matar no me produce absolutamente nada” es devastadora.
-
¿El criminal que más le haya impactado…?
- Aunque muchos siempre se inclinan por los asesinos
en serie en su elección (Ted Bundy, John Gacy, Andrei Chikatilo o Gary
Ridgway), a mí el caso que más me impactó y realmente me llevó mucho más tiempo
la elaboración de su reseña pues me sentía desbordada, fue el caso de Marcus
Wesson, un familicida quien fuera encontrado culpable de nueve cargos de
homicidio en primer grado, y 14 crímenes sexuales, incluyendo violación y abuso
de sus hijas y sobrinas menores, en Fresno, California. Sus víctimas fueron sus
propios hijos, engendrados, con una de sus hijastras; con las hijas de otra
hijastra (que abandonó a su prole con la “familia”) y, por relaciones
incestuosas con estas hijas habidas, en un evento confuso y controvertido, el
12 de marzo de 2004. Fue condenado a muerte más 102 años de prisión por los
cargos de abuso sexual agravado. Es tal el grado de perversión de este sujeto
que realmente, por momentos, sentía que perdía mi objetividad en la confección
de la reseña y mis emociones me sobrepasaban. Lamentablemente no fue un caso
muy conocido, a nivel mundial, debido a que fue contemporáneo con el
enjuiciamiento del cantante Michael Jackson, por cargos de abuso de menores, el
cual acaparó todos los titulares de la prensa tanto norteamericana como mundial.
Llegué a este terrible evento gracias a un periodista de Associated Press,
Monte Francis, quien regresaba de cubrir el juicio por el homicidio de una
mujer en avanzado estado de gravidez, por parte de su pareja, cuando vio un
tumulto al pasar por Fresno y se encontró con el resultado de este macabro
suceso. Fue tal el impacto que le causó, que decidió comenzar una investigación
más profunda, que resultó ser su primer libro, pues nunca había visto u oído de
un caso tan aberrante como este.
-En
el prólogo de su obra destaca que el 53% de los homicidios en Argentina no
tienen sentencia y eso se debe en más de un 90% a errores periciales en la escena
del crimen, porcentajes que, en general, podríamos trasladar a otros delitos
también. No sería hora que ya en la Argentina exista una verdadera la Policía Judicial ,
independiente de la Policía
de Seguridad o Administrativa.
-Por supuesto que es una tarea ineludible pero para
ello hace falta voluntad política, que evidentemente no la hay. Eso no quiere
decir que no haya peritos expertos con un bagaje muy importante de experiencia
y conocimiento; pero si las evidencias son recogidas de manera deficiente, por
personal no calificado para ello, el resultado de sus informes no puede hacer
milagros. Tenemos que tomar conciencia de la necesidad de una formación, seria
y avanzada de científicos capaces e idóneos en todas las ramas de la
criminalística: que debemos tener programas y oficinas dedicadas exclusivamente
a los crímenes violentos; una escuela de perfilación criminal, pues dicha
técnica no solo sirve para los asesinatos en serie, sino también para el
correcto y eficaz estudio de cualquier escena de un crimen violento; una
policía profesional-científica autónoma, integrada por profesionales
especializados en la recolección de evidencias que acuda inmediatamente al
llamado de las fuerzas policiales, las cuales en un primer momento, deben tener
prohibido el acceso a la escena del suceso (que luego se determinará si se ha
cometido un delito o no) hasta que los especialistas y forenses hayan terminado
con su trabajo, de acuerdo a las reglas de un protocolo único de investigación,
que tampoco existe; un cuerpo de profesionales dedicados al estudio de las
ciencias de la conducta, para ayudar, controlar y dirigir a la fiscalía y que
permita a la defensa, en su caso, ejercer el mismo derecho. Tenemos mucho que
aprender y no tener temor alguno de invitar a los que saben, por ejemplo, el
FBI, el cual es llamado por muchos países del mundo para ayudar en las
investigaciones de casos que aparecen complicados, como Japón, Australia,
Colombia, México, el Reino Unido, entre muchos otros, o para señalar el camino
a seguir para lograr estos cambios que tanto necesitamos y que a ellos les fue
muy difícil de implementar, pues la burocracia, lamentablemente, no reconoce
fronteras. Tampoco es cuestión de crear instituciones solamente; estas tienen
que ser eficientes y para ello la educación y conocimiento científico son
imprescindibles. En nuestro país –y en muchos otros– las investigaciones son
dirigidas por un fiscal o un juez de instrucción que no tienen el más mínimo
conocimiento criminológico, pues la Criminología no es reconocida como ciencia
autónoma sino como un componente más del Derecho Penal. Craso error; el derecho
penal lo que busca es la sanción, la pena; tiene pautas para el procesamiento:
deberes, derechos, y garantías; pero es, lamentablemente notorio, que las
investigaciones conducentes para llegar a determinar la autoría de un
determinado delito no son las adecuadas, y de allí, la cantidad de casos sin
resolver que tenemos. No se solicitan las pruebas que correspondieran; no se
actúa con la rapidez suficiente; no se realizan los interrogatorios a las
personas adecuadas; no se recoge la evidencia como corresponde, ni tampoco
posee un protocolo nacional uniforme que garantice la cadena de custodia y su
correcta preservación y así podría seguir largo rato enumerando irregularidades
o negligencias. Pero esto no es actual; posee larga data y por nombrar algunos
ejemplos conocidos: los asesinatos de Leopoldo “Poli” Armentano; Natalia
Fraticcelli (que terminó siendo cerrado como “suicidio”, lo cual desde
cualquier perspectiva, es notoriamente improbable); Nora Dalmasso; Erica Soriano, Candela Rodríguez y, si
retrocedemos más en el tiempo, el de Aurelia Bryant; las niñas Nair Mustafá y
Jimena Hernández; Carlos Menem hijo; Jorge Fernández Prieto; la masacre de “La Payanca ”; la
“desaparición” de la Dra.
Cecilia Giubileo, y la lista se torna interminable. Creo que
es hora de un cambio radical en este sentido pues hasta ahora solo se han
aumentado las penas, las garantías procesales, los beneficios carcelarios...
pero si no tenemos a quien enjuiciar es mucho más grave.
-Por
último: ¿Qué nos dice Susana sobre su obra?
-La
Colección recién comienza y tengo por delante una tarea
exhaustiva, pero sé que es única en su temática en español. En los EE.UU. y
también en Gran Bretaña, hay miles de libros de este tipo, enciclopedias de
asesinos en serie, de masas, de crímenes irresueltos, pero esto no existen en
nuestro idioma. Hay casos completamente desconocidos en Latinoamérica, tanto de
otros países como de la propia región. Sé que he emprendido una tarea ardua y
compleja, pero me gustan los desafíos y mi deseo –e intención– es que los
lectores obtengan información, en forma clara y sencilla y saquen sus propias
conclusiones, en comparación con el resto del mundo; lo mismo respecto de los
profesionales de cualquier rama de la ciencia (forenses, abogados, médicos –en
todas sus especialidades–, criminólogos, criminalistas, etc.) puedan ver cómo
se trabaja en otros países; las diferentes legislaciones y, nuevamente, la casi
obligada comparación entre cada una de ellas. Latinoamérica tiene mucho que
aprender en Criminología y Criminalística para evitar la gran cantidad de
crímenes sin resolver que posee (a pesar de ser la región del mundo que más
congresos, talleres, seminarios y cursos ofrece continuamente); tiene que rever
su sistema penitenciario, sin la falsa opción de “si va a la cárcel sale peor”
o “no hay más lugar, por lo tanto, hay que dejarlo en libertad”; que sea más
restringido el criterio de los jueces para otorgar la libertad condicional –por
ejemplo, el dictamen pericial psicológico y psiquiátrico debería ser vinculante
y no solo el informe del servicio penitenciario– respecto de determinados
delincuentes (entre los últimos casos de libertades otorgadas a ofensores
sexuales, dieron como resultado, al menos tres violaciones seguidas de muerte
que nunca tendrían que haber sucedido: los casos de las jóvenes chaqueñas
Soledad Bargna, Tatiana Kilozdiez y la niña pampeana Sofía Viale); crear
lugares de detención para asesinos enfermos peligrosos donde puedan ser
asistidos como seres humanos, con medicación y tratamiento adecuados; cárceles
que se correspondan con los mandatos constitucionales y no sean meros depósitos
de personas “haciendo nada”; crear de una vez por todas el registro de
ofensores sexuales para ser monitoreados, una vez que cumplen su condena o son
puestos en libertad condicional. Los derechos y garantías constitucionales y
los derechos humanos son para los imputados o condenados pero también para las
víctimas y para el resto de la sociedad; por esa misma razón, deben ser
igualmente respetados. Si conocer cómo funcionan otros países –en las investigaciones
criminales, procesos judiciales y tratamientos penitenciarios diversos– ayuda
en algo a lograr estos objetivos, esa es mi meta.
La Dra. Susana P. García Roversi es autora del libro “ASESINOS MÚLTIPLES 1”, perteneciente a la Colección SIN PIEDAD, editado por Grupo Editorial HS. ISBN 978-987-26342-1-6 editorialhs@gmail.com
En su obra expone todo un espectro tan inesperado como macabro de sucesos mundiales devastadores tratado en forma concreta y concisa, con un lenguaje claro y sin tecnicismos, para comprobar que el horror siempre estuvo presente en los anales del crimen internacional, en unos países más que en otros, en unas épocas más que en otras. ¿Estará ínsito en la naturaleza humana? ¿Será cierto que por medio del arte o el consumo voraz de casos policiales se sublima el “lado oscuro” de los seres humanos? La obra es un estudio acerca de los caracteres y motivaciones de estos asesinos, tratando de clasificarlos y ubicarlos en lugar y tiempo; pero, más que eso, tratar de explicar lo que, aparentemente, nos resulta inexplicable e incomprensible. La autora intenta hallar algunas respuestas; el lector podrá deducir, por sí, las propias.